PUERTO PRÍNCIPE.— El demoledor golpe que propinó el sismo de 7.3 grados a la empobrecida Haití representa, cuatro días después, sólo la punta del iceberg de una tragedia de proporciones incalculables: la inminente emergencia sanitaria, el caos, la falta de gobierno, el hambre y la desesperanza alimentan una violenta revuelta social, cuyos primeros síntomas ya dominan las calles de esta capital.
En Puerto Príncipe, la ciudad más poblada de La Española, la más pobre y marginada, el hedor que despiden cientos, miles de cuerpos en descomposición, domina cada esquina, cada cuadra, lo que parece ya no importar a nadie, en contraste con la falta de alimentos que genera irritación en la gente. Los gritos y los insultos mutuos se incrementan conforme avanzan las horas. En esta capital se aviva un polvorín que está a punto de estallar. Una pequeña botella de agua cuesta más de un dólar, pero hay paquetes con seis botellas de un litro y medio que se cotizan en 30 dólares. El desabasto se recrudeció. No hay nada y se prevén mayores actos de saqueo y violencia a los ya registrados, cuando la ayuda humanitaria fluya. La población ya está desesperada. En algunos puntos de la ciudad especialistas procedentes de Bélgica son quienes se encuentran más activos, y junto a ellos los de República Dominicana, Costa Rica y Bolivia. Distribuyen alimentos sólo a unos cuantos. La mayoría no alcanza nada. Las filas para recibir comida comienzan a crecer. En Puerto Príncipe ya se vive una virtual emergencia sanitaria; la muerte es parte de un escenario que cobra tintes macabros. El Hospital General se encuentra atiborrado, y no sólo de heridos, que ya se cuentan por miles, sino de cadáveres que son apilados por decenas en los patios del nosocomio. Hoy Haití no tiene autoridad y de su presidente, René Préval, no se sabe nada. El único funcionario público que apareció ayer fue el ministro de Salud, Alex Larsen, quien calculó en 50 mil los muertos y en 250 mil los heridos |
PUERTO PRÍNCIPE.— El demoledor golpe que propinó el sismo de 7.3 grados a la empobrecida Haití representa, cuatro días después, sólo la punta del iceberg de una tragedia de proporciones incalculables: la inminente emergencia sanitaria, el caos, la falta de gobierno, el hambre y la desesperanza alimentan una violenta revuelta social, cuyos primeros síntomas ya dominan las calles de esta capital.
En Puerto Príncipe, la ciudad más poblada de La Española, la más pobre y marginada, el hedor que despiden cientos, miles de cuerpos en descomposición, domina cada esquina, cada cuadra, lo que parece ya no importar a nadie, en contraste con la falta de alimentos que genera irritación en la gente. Los gritos y los insultos mutuos se incrementan conforme avanzan las horas. En esta capital se aviva un polvorín que está a punto de estallar. Una pequeña botella de agua cuesta más de un dólar, pero hay paquetes con seis botellas de un litro y medio que se cotizan en 30 dólares. El desabasto se recrudeció. No hay nada y se prevén mayores actos de saqueo y violencia a los ya registrados, cuando la ayuda humanitaria fluya. La población ya está desesperada. En algunos puntos de la ciudad especialistas procedentes de Bélgica son quienes se encuentran más activos, y junto a ellos los de República Dominicana, Costa Rica y Bolivia. Distribuyen alimentos sólo a unos cuantos. La mayoría no alcanza nada. Las filas para recibir comida comienzan a crecer. En Puerto Príncipe ya se vive una virtual emergencia sanitaria; la muerte es parte de un escenario que cobra tintes macabros. El Hospital General se encuentra atiborrado, y no sólo de heridos, que ya se cuentan por miles, sino de cadáveres que son apilados por decenas en los patios del nosocomio. Hoy Haití no tiene autoridad y de su presidente, René Préval, no se sabe nada. El único funcionario público que apareció ayer fue el ministro de Salud, Alex Larsen, quien calculó en 50 mil los muertos y en 250 mil los heridos |