jueves, 24 de diciembre de 2009

Reflexión navidad


Por José María Parejo. Párroco
24 de Dic 2009 11:32 AM
La escena es conmovedora. La encontramos en capítulo 3 de San Lucas, y crea un atmósfera de alegría, gozo profundo y alabanza que acompaña al nacimiento de Jesús. La vida cambia cuando es vivida desde la fe. Acontecimientos como el embarazo o el nacimiento de un hijo cobran un sentido nuevo y profundo.
Todo sucede en una aldea desconocida, en la montaña de Judá. Dos mujeres embarazadas conversan sobre lo que están viviendo en lo íntimo de su corazón.



La figura de María invita a la reflexión…

Termina el evangelio del Magníficat diciéndonos que María se quedó tres meses… ¿Tres meses para qué? Tres meses para servir…

Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir a quien puede estar necesitando nuestra presencia.



Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar a prisa junto a otra mujer que necesitaba en esos momentos de su cercanía.



Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar a vivir” a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de alegría o de esperanza.

Estamos consolidando entre todos una sociedad hecha sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida. Estamos fomentando así un “segregacionismo social”.



Reunimos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, hacinamos a los delincuentes en las cárceles …Así todo nos parece que está en orden.



Cada uno recibirá allí la atención necesaria , y los demás nos podemos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados.



Entonces procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar.



Convertimos la amistad y hasta el amor en un intercambio mínimo de favores y logramos vivir “bastante” satisfechos. Sólo que así no es posible contagiar y dar vida. Así se explica que muchos aún habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tengan la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa aburridamente de entre las manos.



El que cree en la Encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera.



Es mentira que se tiene fe en un Dios que camina con nosotros y nos vista, si cerramos los ojos ante los problemas de los demás encerrándonos en los nuestros.



No olvidemos el sencillo gesto de la Virgen visitando y ayudando a su parienta Isabel.